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  • Cristina Blanco

CUATRO AVENTURAS DE REINETTE Y MIRABELLE – QUERER MADRUGAR PARA PASAR MIEDO

Actualizado: 30 ago 2021

LO QUE PENSÉ MIENTRAS VEÍA ‘CUATRO AVENTURAS DE REINETTE Y MIRABELLE’ (SIN SPOILERS)

 

     Se acaban de conocer. Una de ellas ha ido a pasar unos días al campo con sus padres, la otra vive en una granja reformada rodeada por un inmenso jardín donde la hierba crece salvaje. Después de preguntas tales como «¿de dónde eres?» y «¿cómo te llamas?» y de pasar un rato juntas comentando los cuadros que pinta una de ellas deciden seguir hablando.

Sentadas en la mesa del jardín hablan del silencio. Lejos de la ciudad existe una ausencia de sonidos por la que la gente se siente atraída, pero «aquí tampoco hay silencio» se le oye decir a una de las dos. Es cierto, los pájaros pían y su vuelo es audible desde el jardín. «El silencio no existe en la naturaleza» reflexionan mientras terminan tranquilamente la cena, con la comida suspendida en los cubiertos y la jarra de agua proyectando luces y sombras sobre el mantel de la mesa. Pero eso tampoco es del todo cierto porque, de hecho, hay un momento atrapado entre la noche y el día en el que todo se calla, «¿has oído hablar de la hora azul?»


«Es más bien un minuto más que una hora, es difícil describírselo a alguien que no lo ha vivido» (Como todo, creo) «Es aterrador» continúa diciendo con una leve sonrisa en la cara, sabiendo que lo que está contando es algo único. En ese instante de tenue oscuridad justo antes de que la luz empiece a hacerlo todo visible, la naturaleza y su completo silencio dan miedo. Tanta calma no es algo que te tranquilice, al contrario, te pone en alerta. Es un momento tan excepcional que parece imposible predecir lo que vendrá después, cualquier cosa podría suceder a continuación. «Es el único instante en el que sientes que la naturaleza contiene la respiración». Hemos vivido lo suficiente para saber que el tiempo nunca se detiene y que después de la noche, como siempre, vendrá el día pero en ese particular momento de completa quietud en el que los pájaros nocturnos ya se han ido a dormir pero las criaturas diurnas todavía no se han despertado incluso la naturaleza parece estar desconcertada, y espera ansiosa a que alguien más de señales de vida.


    Yo nunca he vivido ese momento. Es más, ni siquiera era consciente de su existencia hasta que vi los primeros minutos de esta película. Y me he propuesto que la próxima vez que pase una noche en el campo pondré una alarma antes de que amanezca para así sentir ese temor que parece tan difícil de describir. Querer madrugar para pasar miedo, eso es lo que me ha dejado esta película. Si me paro a pensarlo me pone los pelos de punta entender que para disfrutar de la hora azul es imprescindible hacer un esfuerzo. Retirarse a un lugar alejado del mundo, poner el despertador, salir de la cama y abrir la ventana o salir a la calle para estar en contacto directo con la naturaleza y quedarse muy quieto. Parte fundamental de la experiencia (sin la cual está no existiría) es unirse personalmente a la quietud y pasar a formar parte de ella para no emborronar el silencio. Lo suyo sería que se la espere pacientemente, completamente inmóvil y con los cinco sentidos expectantes, tal y como hacen Reinette y Mirabelle de pie en el jardín en sus camisones blancos. La hora azul es una de esas cosas que hay que saber que existen para encontrarlas, es algo que no te pasa por casualidad. El verdadero silencio, aunque abrumador, es exageradamente discreto y es fácil que nos pase desapercibido, por lo tanto, para poder escucharlo es necesario poner de nuestra parte y salir a buscarlo.

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