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  • Cristina Blanco

IT’S A SIN – LA CULPA NO FUE DE LA ALEGRÍA

LA CULPA NO FUE DE LA ALEGRÍA


LO QUE PENSÉ MIENTRAS VEÍA ‘IT’S A SIN’ (SIN SPOILERS)

 

«A lo largo de la historia a los hombres como nosotros siempre se les ha ocultado, pero luego está el mundo real donde hemos vivido juntos todo este tiempo.» Cuando el personaje de Neil Patrick Harris dice esta frase en el primer capítulo manifiesta una distinción (que no sé si existe de verdad) entre lo que se nos cuenta y lo que ocurre en realidad. Señalar esta dicotomía es la forma que un hombre en los años 80, probablemente la única que ha encontrado, de reclamar la compatibilidad entre su identidad como homosexual y el mundo real. Al fin y al cabo él es una garantía viviente de que precisamente lo que se quiere ocultar es también real. 

    Sin embargo todo esto lo dice en el comedor de su casa y con solo dos personas más sentadas a la mesa: su pareja y un chico que acaba de empezar a trabajar con él y que también ha admitido ser gay. Su reivindicación es una respuesta un diálogo inexistente, ese es el problema, que la gente que a lo largo de la historia les ha mantenido ocultos no está en esa habitación ni le está escuchando. Más allá de esas cuatro paredes puede que sus vecinos sospechen que en ese adosado vive una pareja de homosexuales, que hasta lo cometen y lo hablen entre ellos pero para ellos solo será eso: un rumor, algo más cercano a la ficción que a la realidad. Lamentablemente no es suficiente con existir para ser reconocido, y ser reconocido es fundamental para ser visible. 



   Solo existe una realidad que oprime y oculta aquellas cosas que no le encajan e invisibilizándolas les niega el derecho a formar parte del mundo. Este poder de negar la existencia es la base de la opresión y como tal es necesario reconocer que el mundo se configura en base a las historias que nos contamos de lo que ocurrió. Lamentablemente, lo que no se sabe no existe y tampoco es parte del «mundo real». La cara visible oculta a la otra, como una moneda a la que nunca se le ha dado la vuelta.


    Curiosamente, la decisión de la serie de mostrar la parte menos conocida de la epidemia del SIDA en los 80 en Londres ha sido lo que más se ha criticado: La reticencia a reducir esos años al drama, la tristeza y la seriedad inherentes a la enfermedad y reivindicar también la alegría y la libertad que descubrió todo un colectivo durante esos años. No creo que esto sea edulcorar la realidad sino más bien mostrarla más compleja de lo que se nos había contado, y en ese sentido es muy consecuente con su discurso de sacar realidades a la luz. Por supuesto que refleja el desconocimiento de los personajes ante lo que se les avecinaba, el drama y los miedos de los que vivieron y sufrieron la pandemia, hoy en día nadie quiere, puede o debe olvidarse de ello pero también saca a la superficie lo terapéutico y novedoso que fue para toda una comunidad de personas encontrar espacios y gente donde podían ser y actuar con una autenticidad que «el mundo real» les había negado. 

   Al fin y al cabo la culpa de que la enfermedad se convirtiese en una plaga no fue de esa alegría (también renombrada promiscuidad para que funcionase como una advertencia), la culpa fue de la vergüenza inculcada por esa parte visible y normativa del mundo para intentar frenar a «lo diferente». La culpa fue de la marginalización que sufrían esos colectivos y que hizo que la epidemia del SIDA no fuese tratada como un problema de todos. La culpa la tuvo la desinformación y la desprotección de las que fue víctima todo un colectivo porque el resto del mundo estaba más cómodo mirando para otro lado. 

   Ese fue el verdadero problema, que todo eso ocurrió en un mundo (el nuestro, no lo olvidemos) en el que mirar para otro lado no solo estaba permitido sino que constituía los pilares sobre los que se definía (y se define) la sociedad.


SINOPSIS:

Crónica de la vida y andanzas de cinco amigos en el Londres de los años 80, durante una década en la que el aumento del SIDA causó estragos entre la población homosexual.

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