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  • Cristina Blanco

LOVE, VICTOR & ÉLITE – ¿POR QUÉ NOS GUSTA TANTO EL DRAMA?

Actualizado: 30 ago 2021


LO QUE PENSÉ MIENTRAS VEÍA ‘LOVE, VICTOR’ & ‘ÉTILE' (SIN SPOILERS)

 

Esta semana ha sido una de esas semanas tontas que no me apetecía ver nada en particular, una de esas en las que podría haberme vuelto a ver alguna temporada de ‘Friends’ porque es lo que todos acabamos haciendo cuando estamos en ese estado apático en el que ninguna de toooodas las pelis y series que tenemos en pendientes nos llaman la atención. Podría haber aprovechado para empezar a ver de una vez ‘Breaking Bad’ o ‘Twin Peaks’ pero es que cuanto más miraba las portadas menos me apetecía darle al play a ninguna de las dos. A la vista está que no se trataba de que estuviese exigente, para nada, era otra cosa…. era tener la sensación de que todas las películas o series que me apetecía ver ya las había visto. Quería algo cómodo, algo que fuese conocido pero a la vez tuviese ese punto de novedad para que me sorprendieseis mínimamente. Quería algo que me enganchase. Me gusta pensar que el universo me escuchó y me concedió lo que pedía para no tener que seguir aguantando las malas energías que desprendería todo el finde por no ser capaz de encontrar nada con lo que distraerme, pero lo más probable es que (teniendo en cuenta que una serie no se crea de la nada y todo el tiempo que lleva la pre-producción, escritura de guiones, rodaje y post-producción) solo he tenido la suerte de que esta vez mi crisis seriéfila haya coincidido con el estreno de nuevas temporadas de otras series que yo ya seguía y que no me había enterado de que estrenaban ya nueva temporada. Despistes que ocasionan sorpresas muy agradables.


Una nueva temporada de ‘Love, Victor’ y de ‘Élite’ me venía como anillo al dedo, la mezcla perfecta de personajes conocidos y nuevas tramas. Paradójicamente la semana que más he sentido que no iba a tener nada de sobre lo que escribir más minutos de series he acabado viendo. Las dos son series adolescentes por lo visto diez años no me han sido suficientes para madurar y superar esa etapa de mi vida y sigo enganchada a sus trama como cuando sí que tenía la edad de sus protagonistas, ¿patético? no, yo diría más bien que es muy divertido, no todo acerca del síndrome de Peter Pan tenía que ser malo. Las dos series tienen muchas cosas en común como la edad de sus protagonistas y las tramas de instituto pero mi experiencia viendo ambas fue algo distinta…



Basada en la novela para jóvenes de Becky Albertalli ‘Simon vs. the Homo Sapiens Agenda‘, que inspiró el largometraje ‘Love, Simon‘. ‘Love, Victor‘ sigue a Victor (sorpresa), un nuevo estudiante de Creekwood High School enfrentándose a problemas en casa, adaptándose a una nueva ciudad y descubriendo su orientación sexual. Cuando todo se le está haciendo difícil, se acerca a Simon para que le ayude a lidiar con los altibajos de su vida. Como digo la experiencia de visionado y mi actitud ante las dos series que he devorado este fin de semana ha tenido sus diferencias. ‘Love, Victor’ me ha hecho acordarme de por qué quería ver la segunda temporada cuando terminé la primera y me ha vuelto a dejar con ganas de ver la tercera (por favor que la renueven), he de decir que no me viene nada bien que en esta serie acaben las temporadas con tremendos cliffhangers porque ‘quedarse con las ganas’ está muy bien para mantenerme queriendo más pero significa tener que gestionarme la curiosidad que me corroe por saber que pasará y la impaciencia por averiguarlo ya. No veo una serie para no saber qué ocurrirá cuando acabe, para eso ya tengo la vida. Pero bueno, quitando la frustración que estoy intentando aplacar por el último minuto de la serie me he pasado toda la temporada fascinada pensando: “Jo, que bien se comunica esta gente, yo tengo 27 años y me cuesta mucho más que a ellos saber identificar y transmitir lo que siento. Me quito el sombrero, la Generación Z sí que me lleva ventaja”.

Aunque bueno, luego me puse ‘Élite’ y me volví a poner ese sombrero metafórico, esos adolescentes me llevaban mucha ventaja, sí, pero en otro sentido que nada tiene que ver con la inteligencia emocional porque la comunicación en este caso no es para nada su fuerte. ‘Élite’ es una serie que tiene ahora cuatro temporadas y creo que he pensado lo mismo antes de empezar cada una de ellas: Que ya me daba igual y que no me interesaba demasiado porque ¿qué más puede ofrecerme? Empiezo a verla con esta actitud indiferente pero al final acabo viéndomela enterita en un par de días. Sí, no me ofrece nada nuevo pero engancha (aunque me pase mucha de las escenas sintiendo un poquito de vergüenza ajena por tanta intensidad y sinsentido).


Pero lo que tienen las dos en común es el drama y más concretamente que hay mucho (son series de instituto creo que va en el ADN del género). Pero… ¿por qué nos enganchan tanto las emociones desbordantes? ¿Qué tiene no saber controlar los sentimientos que nos interesa tanto? He de reconocer que mi relación con el drama es un tanto lejana, me gusta verlo desde una distancia segura que me permita comentar la jugada a la vez que me proteja de que me salpique tanta intensidad. Puede parecer una postura cobarde y no niego que lo sea pero es que soy de las que les asusta el conflicto, de las que huyen en otra dirección cuando inesperadamente hay una explosión de emociones que no sabe cómo manejar (que suele ser casi siempre), no soy buena siendo impulsiva y dejándome guiar más por lo que me dictan las tripas que la cabeza así que digamos que el drama más que atraerme me repele… en la vida real, porque en la ficción mi respuesta instintiva no es tan clara. A veces me apetece ver emociones exacerbadas mientras yo estoy tumbada tranquilamente en el sofá, el contraste entre los gritos, llantos o apasionadas declaraciones de amor que se suceden en la pantalla de mi ordenador y mi dejada postura (normalmente en pijama) y poniéndome un capítulo detrás de otro sin apenas cambiar de posición es algo cómico y es que igual compenso la falta de interés de mi rutina con un poquito de conflicto imaginario.

Buscamos el drama (ya sea en el plano de la realidad o en el imaginario) porque nos hace sentir vivos, conectados con nosotros mismos de una manera muy concreta y muy emocional, nos sentimos productivos y poderosos, preparados para responder eficazmente ante la situación. Y no es casualidad que esto nos enganche porque el drama genera en nuestro cuerpo un tipo de endorfinas que suprimen el dolor e inducen el placer, muy similar al efecto que producen otras adicciones. Pero (y sí aquí viene el «pero») sucumbir al drama en realidad es una manera de distraernos de lo que realmente está pasando y no hay peor manera de lidiar con los conflictos que no abordar, bien porque no sabemos identificarlo o porque no queremos enfrentarnos al problema de verdad. Ponernos dramáticos desvía toda la atención hacia nosotros y cómo nos sentimos en lugar de dejar algo de nuestra capacidad cognitiva para centrarnos en buscar soluciones reales, y aunque es agradable ser el centro de atención de vez en cuando que todos te estén mirando a ti significa que nadie está mirando hacia adelante ni pensando en la mejor manera para dejar atrás el problema.

No es bueno vivir instalados en el drama pero es muy necesario narrativamente, es el ingrediente que nos conecta y nos distrae (al mismo tiempo). Nos conecta con la historia y nos distrae de nuestra vida. El drama es interesante y puesto que siempre hay un tiempo limitado para contar una historia deja todo lo que no es relevante fuera de ella, omitido. Siendo sinceros con nosotros mismos nuestras vidas suelen ser aburridas, hay un sinfín de hechos, rutinas, días, meses o incluso años enteros en nuestras vidas que no son interesantes y la ficción se deshace de todos estos momentos “muertos” y solo nos cuenta los relevantes para transmitir su mensaje y que todo tenga sentido y suceda por una razón es muy satisfactorio de ver. De hecho, esto es lo que nos permite sentarnos en una butaca de cine y relajarnos: el saber que todo lo que veamos y vivamos desde que se apaguen las luces hasta que se vuelvan a encender tiene un sentido, el contrato implícito que hemos hecho con la ficción de que alguien ya ha ordenado por nosotros el caos que es la vida y nuestro trabajo mientras contemplamos esa otra realidad solo es disfrutar viendo cómo las piezas van encajando «por sí solas» en su lugar. El esfuerzo que dedicamos diariamente en nuestras propias vidas a encontrar un sentido a las cosas que nos pasan o a por qué estamos aquí es agotador y hacer las paces con el hecho de que es más que probable que nunca encontremos una respuesta concreta y satisfactoria es bastante desalentador (no me imagino yo a Camus saltando de alegría mientras consideraba que la vida era básicamente una sucesión de acontecimientos inútiles, vacíos y ausentes de significado) por eso necesitamos la ficción, para que nos cree una ilusión en la que al final todas las preguntas se resuelven, los cabos sueltos se atan y la incertidumbre se vuelve certeza.




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