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  • Cristina Blanco

‘LUCA’ & ‘PANIC’ – HABLEMOS DEL MIEDO

Actualizado: 30 ago 2021


LO QUE PENSÉ MIENTRAS VEÍA ‘LUCA’ & ‘PANIC’ (SIN SPOILERS)

 

     Miedo. Una sensación desagradable, un peso en el estómago que nadie quiere sentir pero con el que, muy a nuestro pesar, todos convivimos. Nos une estar acojonados y nos une el hecho de querer ocultarlo.

El miedo tine mala fama y no nos gusta admitir que lo sentimos porque nos deja vulnerables, a la espera de que la persona que tengamos enfrente nos diga que nos entiende para así no sentirnos totalmente expuestos y unos completos cobardes, (¿se le puede tener más miedo a algo que a ese silencio después de confesarte?) No tenerle miedo a nada suena bien, muy bien, y nos gusta imaginarnos así de despreocupados y valientes (forma parte de la ilusión de imaginarnos también con más dinero en el banco y una casa más cerca de la playa, y puede que hasta ser tan atrevida es lo que te haya llevado a conseguir todo eso que tu versión actual desea tanto) pero al fin vivir sin volver a sentir miedo es la mayor de las fantasías, completamente fuera de nuestro alcance. El miedo es una emoción autónoma y automática que no tenemos manera de controlar cuándo se activará, es una respuesta completamente inconsciente ante una situación que nuestro cerebro descodifica como peligrosa. Y percibir peligro forma parte de estar vivo. 



     Bien, ahora que hemos dejado claro que el miedo siempre va a estar ahí creo que la siguiente pregunta es ¿cómo nos tenemos que relacionar con él? Por un lado nadie quiere quedarse por siempre y para siempre paralizado por sus temores y no plantarle cara a límites que podría superar con un poco de determinación, ganas y mucha confianza en que todo lo malo que su cabeza imagina simplemente no ocurrirá. Pero por otro, la sensación de pánico, alarma y susto es muy real ¿por qué deberíamos de querer correr hacia lo que nos está provocando todas estas emociones tan desagradables? Si nuestro cuerpo nos está diciendo alto y claro que huyamos de algo, que corramos en dirección contraria hasta que las piernas no nos respondan y no podamos respirar ¿no deberíamos de hacerle caso? Al fin y al cabo cuando algo nos está quemando apartamos la mano sin darle más vueltas ¿no? 


    La película no es tan explícita pero imagino que Luca, el protagonista de lo último de Disney, tiene todas estas preguntas dentro de su cabeza de monstruo marino. En la versión adulta de su historia sería un personaje dominado por la ansiedad y repleto de dudas existenciales que le paralizarían durante años de su vida y no solo durante los primeros minutos de la trama, pero está claro que retratar el alcance total que puede tener el miedo sería demasiado sombrío e incomprensible para los niños a los que va principalmente dirigida la cinta. Aun así de manera dulcificada y ‘family friendly’ Luca es todo dudas y miedos al inicio de la historia y, aunque lo desea con todas sus fuerzas, no se atreve a salir a la superficie porque su intuición (y su madre) le gritan que se aleje de todo lo que tenga que ver con los humanos. Este es el peligro del que tiene que mantenerse a salvo y su océano es su particular zona de confort. En algún lugar entre su razón y su buen juicio tiene tatuado que “El pez curioso es al que primero pescan” pero, obviamente, no puede evitar sentir fascinación por todo lo que no venga de ahí arriba, (me gustaría poder recomendarle ‘La Sirenita’, creo que le gustaría)


     La curiosidad acaba siendo el motor y la razón principal gracias a la cual Luca puede enfrentarse sus miedos y consigue salir a la superficie. Pero ¿qué es la curiosidad? ¿es siempre algo bueno? La curiosidad es una herramienta innata que nos anima a obtener siempre más información, a llenar los huecos de desconocimiento que nos frustran a diario. Ya sea mirar por la ventana para ver lo que está haciendo el vecino a las 5 de la tarde o empezar buscando en Google “Qué hacer si te pica una avispa” para acabar atrapado en un bucle espacio-temporal en el que en dos horas te has convertido en un experto en ese insecto. La curiosidad tiene muchos defensores, el propio Walt Disney dijo que “Seguimos avanzando, abriendo nuevas puertas y haciendo cosas nuevas porque somos curiosos y la curiosidad nos sigue guiando a través de nuevos caminos” y la ex primera dama de EEUU, escritora y activista Eleanor Roosevelt la definió como “el don más útil».


     La curiosidad nos motiva a explorar nuevos territorios para encontrar nuevas respuestas y estímulos pero esta innata inquietud por siempre querer saber más es un arma de doble filo. La mitología griega tiene a Pandora y a su caja, la religión cristiana tiene a Eva y la manzana y el refranero popular tiene el dicho «la curiosidad mató al gato». Dependiendo de como se mire Pandora, Eva y el gato fueron valientes o estúpidos (es lo que tiene arriesgarse a hacer cosas prohibidas) y un estudio publicado en abril de 2016 por la revista Psychological Science titulado «The Pandora Effect: The Power and Peril of Curiosity,” analiza el lado oscuro de la curiosidad, que lo tiene. Quedó demostrado que los humanos tenemos un inherente deseo de resolver la incertidumbre, aún cuando existe el riesgo de que haya consecuencias negativas si lo hacemos. Nuestras inquietas mentes nos pueden llevar a tomar decisiones que resulten en un desenlace desagradable o incluso doloroso.


     Y aquí entra la otra serie que he visto esta semana ‘Panic’ de Amazon Prime en la que cada verano, en una pequeña ciudad de Texas, los estudiantes del último año compiten en una serie de desafíos, que creen que es su única oportunidad de mejorar sus vidas. La serie empieza con una serie de escenas donde vemos a jóvenes haciendo algunas de las pruebas de años pasados de este juego que se han inventado en una pequeña ciudad de Texas. La voz en off nos dice mientras vemos a una chica siendo enterrada viva que básicamente es un juego sin reglas a excepción de una: no entres en pánico (para acto seguido ver como esa chica entra en pánico iluminada únicamente por la luz de un mechero que ha conseguido meter en el ataúd) Obvio ¿cómo no vas a entrar en pánico cuando tu vida corre peligro? Es una petición absurda decirle a alguien que no tenga miedo, es imposible de cumplir porque el miedo no se controla y a veces lo que no tiene sentido no es tener miedo si no ignorarlo. El clamoroso sinsentido que es pedirles a sus concursantes que no entren en pánico en situaciones de las que claramente deberían salir corriendo hasta quedarse sin aire en los pulmones es representativo del salto de fe que te exige la serie para entender por qué alguien se apuntaría en un juego que trata básicamente de jugarse constantemente la vida mientras eres jaleado y animado por un público para quien la posibilidad de que alguien acabe en el hospital o en un lugar peor es, por lo visto, motivo de fiesta.


     Puede que no tenga mucho sentido pero si hay algo que nos lleva a lanzarnos al vacío es que lo que haya en tierra firme nos encoja aún más el corazón. «Tengo miedo de no salir nunca de aquí» dice uno de los personajes de la serie, desvelando la razón y la motivación para estar dispuestos a colocarse frente a un tren a toda velocidad. Tener otro miedo mayor es otra manera, además de la curiosidad, de hacerse los valientes, no sé quien dijo aquello de que tenemos que elegir nuestros miedos en la vida pero no puedo estar más de acuerdo porque ya que asumimos que vamos a vivir siempre con esa angustioso sensación de terror por lo menos por qué no decidir qué miedos queremos acarrear.


     Muchas historias (estas incluidas) se basan en lo difícil  que es superar el miedo y en lo gratificante que es lograr hacerlo. Sí, enfrentarse a ese peso en el estómago es difícil porque todo tu cuerpo te grita que huyas en dirección contraria hasta que sea lo que sea que te provoque miedo esté tan lejos que se convierta en un puntito tan lejano y minúsculo que ya no tenga sentido huir de él atemorizado. Pero lo realmente difícil es averiguar qué es eso que el miedo nos quiere decir: si se ha manifestado para que saltemos, lo superemos y salgamos de nuestra zona de confort o para que le hagamos caso y nos apartemos de una vez del borde del precipicio. Las señales para continuar y para detenerse son frustrantemente parecidas y nadie me ha enseñado a distinguirlas. Igual es que no hay forma de adivinar si el salto nos merecerá la pena sin caer al vacío para comprobar si los monstruos del otro lado eran reales o verlos desde lejos era lo que los había hecho tan grandes.




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