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  • Cristina Blanco

MINARI – SOLO CUANDO LAS COSAS VAN BIEN

SOLO CUANDO LAS COSAS VAN BIEN


LO QUE PENSÉ MIENTRAS VEÍA ‘MINARI’ (SIN SPOILERS)

 

El agudo sonido de la vajilla chocando de fondo en la cocina y el incesante discurso de la tele en el salón componen la banda sonora de esos momentos domésticos en los que la familia está desintegrada en diferentes habitaciones, cada miembro está inmerso en su burbuja individual minutos antes de ruinarse para comer o cenar. En el caso de la familia Yi se le añaden el cargante zumbido de las chicharras y la falta absoluta de cualquier ruido procedente de la civilización, su más que humilde casa se levanta en medio de un vasto terreno que les aleja de cualquier tipo de civilización.

Aislados en su gran trozo de tierra en Arkansas las tensiones familiares empiezan a crecer. A Jacob, el padre, le obsesiona la idea de ser un granjero de éxito y convierte sus problemas de orgullo masculino en una cuestión familiar: «Los niños necesitan ver a su padre triunfar por una vez en la vida» (¿realmente es eso lo que los niños necesitan?) y la manera en la que todos los miembros se relacionan acaba dependiendo de la evolución de la granja. Monica, la madre, se encuentra viviendo en lugar que ella nunca habría elegido y aceptando un estilo de vida con el que ella nunca había soñado al no ser capaz de encontrar la manera de hacerse oír sin romper su familia. «¿Podemos vivir juntos cuando las cosas nos van bien, pero en el momento en que se empiezan a torcer nos distanciamos?» para Mónica darse cuenta de que su familia depende principalmente del triunfo de su marido para mantenerse unida es llegar a la conclusión de que ya no lo está, de que sus componentes empezaron a desintegrarse el día que Jacob decidió perseguir sus sueños por encima de cualquier otra cosa.

Apostar por lo que quieres es, a priori, algo bueno. Es más, yo creía que era algo a lo que no se le podía poner ninguna pega, al fin y al cabo la otra opción sería resignarse, es decir, «aceptar un estado o situación molesta o perjudicial» y ¿quién elegiría vivir así? Pero por supuesto todo se complica (siempre lo hace) cuando tu vida está vinculada a la de alguien más, cuando tu «yo» se convierte en un «nosotros» y luchar por tus sueños es la decisión personal que os hunde como pareja. ¿Cómo sabes entonces cuándo parar?

Saber aceptar que lo que queremos nos está perjudicando me parece una habilidad al alcance de unos pocos privilegiados que nunca tendrán que escuchar un «te lo dije». El resto vamos por la vida completamente a ciegas, avanzando aferrados a la creencia de que estamos haciendo lo correcto sin saber si lo que realmente sucede es que estamos caminando directos hacia el borde del precipicio. Y la única manera que tenemos de descubrir dónde deja de haber suelo firme es experimentar la caída. No importa cuántas señales haya a nuestro alrededor, para nosotros son ilegibles antes de vivir en primera persona cómo se siente precipitarse al vacío, es ahí (suspendidos en el aire con el estómago en la garganta) cuando nos damos cuenta de lo que significaba haber ido demasiado lejos. Hasta entonces «demasiado» es una medida ambigua, difícil de precisar y que siempre queda por delante de nosotros.

No distinguimos una mala decisión de un mal momento y nos inclinamos a pensar que las dificultades son algo que tenemos que aprender a superar en lugar de cargas que no tenemos por qué elegir soportar. Nos obsesionamos tanto con la peligrosa idea de que el esfuerzo merecerá la pena que no me extraña que cuando las cosas vuelven a ir bien y nos sentamos por fin juntos a la mesa estemos todos agotados.


SINOPSIS:

Una familia coreano-estadounidense se muda a una pequeña granja de Arkansas en busca de su propio sueño americano. El hogar familiar cambia por completo con la llegada de su abuela astuta, malhablada pero increíblemente cariñosa.

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