top of page
  • Cristina Blanco

EL ARTE DE TOMAR DECISIONES.

¿QUÉ PASA DESPUÉS DE TOMAR UNA DECISIÓN?


LO QUE PENSÉ MIENTRAS LEÍA ‘EL ARTE DE TOMAR DECISIONES’

 


¿Podemos estar seguros de haber tomado alguna decisión? ¿O nos gusta creer que tenemos más control del que realmente poseemos sobre los cambios que suceden en nuestra vida? Hace 200 años Tolstoi advirtió de la tendencia que tienen las decisiones importantes de tomarse por sí solas y a día de hoy preguntas como «¿cómo he acabado yo aquí?» y «¿cuándo ha ocurrido esto?» no nos son extrañas. De hecho, son dos preguntas que no he parado de hacerme este fin de semana. No he tenido unos días fáciles y, como siempre que se está mal, uno no puede evitar darle vueltas a lo que podría haber hecho para evitarse la mala racha.

Encontré el origen de mi «mala racha» en un día de febrero en el que decidí tirarme (de nuevo) a la piscina. He tenido mis mis altos y mis bajos pero la sensación de sentirme atascada, de que el riesgo no ha dado sus frutos, ha sido constante. Y nueve meses son muchos meses para sentir que nada cambia. Igual es que realmente no tomé ninguna decisión, igual en vez de saltar no sé… me empujaron o me resbalé como Alicia en la madriguera y por eso la única reacción que he desencadenado es mi propia caída. En ningún momento me imaginé en febrero que a 19 de noviembre seguiría cayendo, esperando aún algo que no llega (con la certeza gravitatoria de que se me acaba el tiempo y de que el suelo tiene que estar cada vez más cerca) A estas alturas… ¿si hubiera agua no me debería de haber mojado ya? ¿No debería de estar flotando tranquila en vez de seguir teniendo la sensación de precipitarme al vacío?

¿Quién eres si todavía no eres la persona que aspiras a ser?

Cuando leí esta pregunta en un artículo del New Yorker titulado The Art of Decision-Making (El Arte de Tomar Decisiones) entendí lo que me estaba pasando. La caída es el trayecto entre el lugar en el que estabas y al que (esperas) llegar. Es un lugar de paso, borroso, que transitas deprisa y sin la intención de quedarte. ¿Pero qué ocurre cuando te encuentras en el aire el tiempo necesario para que la adrenalina inicial desaparezca y te deje solo con la incertidumbre de seguir flotando, todavía? Entonces no solo es el paisaje a tu alrededor lo que se vuelve borroso, tú también. Has dejado atrás, literalmente, a la versión de ti que eras antes de saltar pero todavía no has conseguido ser la que esperas alcanzar cuando aterrices. ¿Dónde te deja eso? A mí me ha dejado con una falta total de control, atascada entre dos versiones distintas de mí misma: entre lo que fui y lo que seré pero sin definir lo que soy.

Esperad, porque la cosa puede ir a peor y según el artículo tampoco puedo definir con exactitud lo que seré. Creemos que sabemos lo que queremos pero a lo único que podemos aspirar es a tener una vaga idea de ello. La parte buena de esta limitación es que me baja la presión, es decir, no está en mi mano saber cuándo dejaré de caer, ni cuándo dejaré de sentirme así… y me sobreestimo si creo que está dentro de mis capacidades saberlo. Gran parte de mi frustración viene de que, simplemente, me estoy adelantando, exigiéndome certezas que mi yo del presente es imposible que tenga, (al igual que la versión de mí misma que decidió saltar al vació en febrero era imposible que pudiese adivinar cómo me sentiría en noviembre).

Es inhumano conocer el destino antes de haber llegado y ha sido tranquilizador que alguien externo me reconociese la confusión propia de las etapas intermedias. La imposibilidad de poder saber con exactitud hacia dónde voy me ha quitado la presión, paradójicamente, de no saber en qué punto estoy ahora.

Sigo cayendo y (por ahora) eso es todo.

bottom of page